martes, 17 de septiembre de 2013

Durante 40 años usó mal el bidé: se lavaba la cara

Esta es la la increíble historia de Antonio Luján, un hombre de familia que hizo las valijas y se fue de su propia casa, dado que ya no confía ni en su propia sangre.

Antonio Luján asegura ser víctima de una educación deficiente y también del individualismo humano. Pedagogo de profesión, descubrió por casualidad “viendo un YouTube” que el bidé es usado comúnmente para limpiarse los genitales, el ano y, en ocasiones, los pies.
“Llevaba 40 años utilizando el bidé para lavarme la cara diariamente. 40 malditos años. Mi mujer lo sabía, me había visto hacerlo, y calló para no violentarme. Por supuesto, ella sí lo usaba correctamente”, se lamenta.
Según Luján, el suceso trasciende la mera anécdota. “Obviamente lo del bidé es sólo un síntoma, una prueba de que no puedo confiar ni siquiera en mi propia familia. Si mi esposa y mis cinco hijos callaron ante esta barbarie cotidiana, dejando que sumergiera mi rostro donde antes ellos habían puesto los genitales, es que estoy completamente solo en el mundo”, argumenta el entrevistado.
Antonio hizo las maletas. “Necesito estar solo en estos momentos. Pasaré unos días en una pensión. Sin bidé, por supuesto. No lo soportaría”, confiesa. Su familia no entiende su reacción, considera que está exagerando ante un simple malentendido. “Racionalmente sé que hay muchas otras cosas que deberían compensarme, soy consciente de que hay cariño y respeto en mi casa. Pero a nivel emocional me siento como si mis seres queridos me hubieran restregado por la cara sus partes pudendas. El silencio es complicidad. Si dejas que tu padre meta la cara donde tú metes el pene, ¿dónde termina la persona y dónde empieza el animal?”.
“La experiencia que he vivido me ha hecho ver que no estamos educando correctamente a los niños en lo que a higiene íntima se refiere”, reconoce Luján. “Yo asociaba el lavamanos a las manos, el inodoro a las partes íntimas y el bidé a la cara. No me parece descabellada la asociación, pero era errónea. Y el pedagogo que hay en mí está especialmente dolido al no haberse dado cuenta de algo tan básico”, explica.
Pese a todo, se niega a caer en el resentimiento. “Me aparto como un animal herido para reponerme. Volveré con los míos cuando les pueda mirar a la cara. Esa misma cara en la que ellos, de alguna manera, se han estado meando durante cuatro décadas”. Dice esto al tiempo que, usando un tenedor, intenta terminar la sopa que le han servido en el restaurante donde nos hemos citado. Mueve el brazo muy rápidamente, intentando que el líquido llegue a su boca sin perderse por el camino, y cuando se cansa come migas que extrae de la barra de pan con una cuchara, como si comiera helado. Aturdido ante el espectáculo, le miro con ternura sin atreverme a decir nada.

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